lunes, 30 de diciembre de 2024

El trabajo ideal


Me gusta el turno de día, lo que, obviamente, no es normal; y por eso, en una muestra de gran originalidad, mis compañeros me han apodado «el diurno».
   El trabajo es el mismo, pero en mayor cantidad, lo que no me supone problema alguno; todo lo contrario, porque me encanta. Es cierto que tengo que tratar con más gente y aguantar incomodidades varias que por la noche remiten considerablemente. Incluso también conlleva más riesgos, pero no me importa. Además, me estoy convirtiendo en el ejemplo del empleado vocacional entregado a su trabajo. Disfruto de todos los rituales: los abrazos sinceros entre gente que hace mucho tiempo que no se ve, las risas discretas emanadas de recuerdos compartidos, los llantos sin contención, honestos y sentidos, el diverso lenguaje de los cuerpos ante la pérdida, desde la pena hasta el alivio, pasando por distintos sentimientos y sensaciones, la fatiga, el descanso, la vergüenza, la impaciencia, la incomodidad... Es lo más excitante de ser empleado de Alma Mater, el tanatorio del Hospital General, el trabajo más idóneo que he encontrado tras muchísimos años de búsqueda.
   Pero aun hay una cosa mejor, que no les he confesado: el olor a muerte. Aquí he de aclarar que entre mis iguales cuento con un olfato especialmente privilegiado, ya que puedo abstraerme de la fuerte fragancia de la crema protectora y percibir con intensidad cualquier aroma. Así que me deleito con esa esencia común de fruta acre de la carne inerte y las venas secas, y con los matices tan diferentes y personales de cada cuerpo. Lo malo es que todo esto solo lo puedo compartir con mis dos compañeros de la noche y con el jefe, cuando me cruzo con él al terminar el turno, y me pregunta si sigo teniendo claro que no quiero volver a la noche y me entrega la dosis diaria de nuestro alimento: la férrea, salada y adictiva sangre.

(Tertulia filandona, 30 de diciembre de 2024; asunto: Diurno)

lunes, 16 de diciembre de 2024

Renovación del personal de plantilla o cómo asumir que las nuevas generaciones vienen pisando fuerte


Megafonía: ‒Eh, tú, el nuevo, escucha.
   ‒¿Quién me habla? ¿Eres producto de mi imaginación?
   ‒Déjate de gilipolleces. Tienes que reponer la estantería de papel higiénico en el pasillo 5, pero ya: mañana tiene que estar preparado.
   ‒¡No! De nuevo la voz en mi cabeza.
   ‒Me cago en mi puta vida.

(Tertulia filandona, 16 de diciembre de 2024; extensión: 50 palabras)

lunes, 2 de diciembre de 2024

Odio

 

Odiaba a todas las personas que conocía y no sabía por qué, pero las odiaba. Desde hacía 23 años solo sabía odiar, y desconocía las razones de este extraño comportamiento.
   Le presentaban a un nuevo compañero de trabajo y a los pocos días lo odiaba con toda su alma. Cambiaba de supermercado y después de ir unas cuantas veces empezaba a odiar a los charcuteros, las pescateras, los reponedores... a todos, sin excepción. Y era un tanto desesperante, porque lo peor es que odiaba sin acritud; era un odio en la penumbra, entre claros y oscuros, en una zona intermedia entre la indiferencia y el deseo de la muerte más cruel y dolorosa.
   Para sobrevivir ante esa situación tan incómoda, se había aislado del mundo imaginando un castillo lejano e inexpugnable en el que se recluía en soledad y podía vivir ajeno a todo ese odio. Pero el problema vino una mañana al levantarse y contemplar su rostro en el espejo. En ese momento notó una punzada en el centro de la cabeza, la punzada que siempre experimentaba cuando empezaba a manifestarse su odio. Ese día comenzó a odiarse a sí mismo. Día tras día fue experimentando una repulsión creciente ante cualquier cosa que hacía, decía, pensaba... Y no era capaz de reprimirlo.
   Desquiciado buscó consuelo en el alcohol, en la droga, en el sexo, incluso en el asesinato (despachó con un deleite desacostumbrado a cinco vagabundos, tres ancianos de la residencia en la que trabajaba y dos vecinas), pero no conseguía calmar su odio hacia él. El tratamiento con dos psicólogos, un psiquiatra, un chamán y una curandera tampoco le aportó ninguna solución, más que el odio a cinco personas más; pero con el aliciente de que en todos los casos el odio le parecía más que justificado.
   Al borde del suicidio, un día conectó la televisión, artilugio que tenía porque se lo habían regalado, pero que nunca encendía para no alimentar su odio. Lo hizo sin pensar, y vino la revelación, la libertad. Se trataba de un debate a cinco para las elecciones a la presidencia del gobierno, cambió de canal y escuchó a una pareja discutiendo por sus infidelidades, otro canal y un presentador de noticiario le informó de dos guerras, una estafa, el índice de desempleo... Dos horas y media después, sonrió. Sonrió. Hacía 23 años que no sonreía. Apagó el televisor, se dirigió a la galería y escuchó a sus vecinos del piso de abajo decidiendo qué iban a comer al día siguiente; y volvió a sonreír.

(Tertulia filandona, 2 de diciembre de 2024; asunto: El castillo y La penumbra)

lunes, 14 de octubre de 2024

El arte de Thomas [2.ª versión]


Hace mucho que no nos vemos, pero ya sabéis que me ha sido imposible por mi estado de salud. Lo bueno es que ya ha terminado el tratamiento, que ya ha terminado todo. Y hoy puedo volver.
   Hace mucho que dejé de venir aquí, al único lugar en el que nos podemos reunir para disfrutar de nuestro arte, donde todos nos expresamos con libertad y dejamos volar nuestra imaginación, donde hacemos realidad nuestros anhelos más profundos, con lo más bello y, a veces, con lo más terrible que anida en nuestras mentes.
   Hace mucho que el día anterior a nuestra reunión no ocupo todos mis sentidos en sacar de mí lo mejor para compartirlo con vosotros, en prepararme solo para mis compañeros, para crear nuestra obra.
   Hace mucho que echo de menos la delicadeza de Miguel desnudando el cuerpo, la elegancia de Aurora con el bisturí grabando los primeros cortes, la habilidad de Adolfo en su búsqueda de los lugares más dolorosos, la recreación con los cuchillos con que se entregan Carmen y Angio trazando sus dibujos sobre el torso, el espectáculo de Sco desfigurando la cabeza con extraños artilugios de su invención, el estilete de Ana penetrando con maestría en el sexo, la melodía de los dedos cuando crujen bajo las tenazas de Vicente y de Luis, el dominio del fuego con que Raquel recorre todas las heridas y la precisión de Víctor en el martillazo final.
   Hace tanto... que, además, hoy os voy a pedir mi último deseo: que liberéis a esa muchacha y me atéis a mí sobre el altar.

(Tertulia filandona, 14 de octubre de 2024; asunto: Hace)

El arte de Thomas [1.ª versión]

 

Hace mucho que no nos vemos, pero ya sabéis que me ha sido imposible por mi estado de salud. Lo bueno es que ya ha terminado el tratamiento, que ya ha terminado todo. Y hoy puedo volver.
   Hace mucho que dejé de venir aquí, al único lugar en el que nos podemos reunir para disfrutar de nuestro arte, donde todos nos expresamos con libertad y dejamos volar nuestra imaginación, donde hacemos realidad nuestros anhelos más profundos, con lo más bello y, a veces, con lo más terrible que anida en nuestras mentes.
   Hace mucho que el día anterior a nuestra reunión no ocupo todos mis sentidos en sacar de mí lo mejor para compartirlo con vosotros, en prepararme solo para mis compañeros, para crear nuestra obra.
   Hace mucho que echo de menos la delicadeza de Gabriel desnudando el cuerpo, la elegancia de Alba con el bisturí grabando los primeros cortes, la habilidad de Rodolfo en su búsqueda de los lugares más dolorosos, la recreación con los cuchillos con que se entregan Lola y Damien trazando sus dibujos sobre el torso, el espectáculo de Risto desfigurando la cabeza con extraños artilugios de su invención, el estilete de Ariadna penetrando con maestría en el sexo, la melodía de los dedos cuando crujen bajo las tenazas de José, el dominio del fuego con que Ariel recorre todas las heridas y la precisión de Martín en el martillazo final.
   Hace tanto... que, además, hoy os voy a pedir mi último deseo: que liberéis a esa muchacha y me atéis a mí sobre el altar.

(Tertulia filandona, 14 de octubre de 2024; asunto: Hace)

Encerrado [2.ª versión]


estoy encerrado
casi no me puedo mover
todo está oscuro     solo un tenue hilo de luz
no sé por qué ni cómo he llegado a esta situación
como si estuviera en lo más profundo de un túnel
siento como si fuera a morir
tengo frío
las piernas se me han dormido
los brazos me hormiguean
mi cuerpo se retuerce
de repente me inunda una oleada de calor
tengo miedo
voces alrededor     lejanas     al otro lado
movimientos     risas
huele mal     a cigarrillo y alcohol     a pis y vómito
no recuerdo     creo que me he quedado dormido
fuerza     más fuerza
tensión en todo el cuerpo     más tensión
más fuerza y más dolor
mis ojos se hinchan y las venas de la cara y la cabeza
mi cuerpo se levanta solo
creo que voy a morir
de repente     un estruendo
regresa el hálito de la vida
desaparece el miedo
descanso     liberación     alivio
palabras sueltas     risas
llaman a la puerta
   ‒Pero ¿vas a salir de ahí?, que llevas una hora y ya sabe medio bar lo que estás haciendo.

(Tertulia filandona, 11 de marzo de 2024; asunto: En un túnel profundo)

lunes, 29 de julio de 2024

Marina de un deseo [2.ª versión de «La herida de un deseo»]

 

Observo la sonrisa que reluce
          radiante en el dibujo de tu cuerpo
          e incita la lujuria de mi sueño
          erecto en el anhelo de un perfume.

Imagino que enmarcas la figura
          y descuidas tus senos en mi pecho
          y reposas tus labios en mi sexo
          y me arrullas, me prendes y me inundas:

tus miembros se estremecen con los míos,
          se pierden y se encuentran, se retuercen
          y abandonan sus formas en el vuelo.

El amor nos sumerge en el delirio
          y desnuda en el éxtasis latente
          la orilla descubierta de un deseo.

(Tertulia filandona, 29 de julio de 2024; asunto: Arena y Playa)

De profundis


Meter la mano en el bolsillo de algún pantalón de verano y notar la arena siempre le provocaba una sonrisa llena de nostalgia. Era como la inauguración de las vacaciones y la constatación de que había pasado otro año. Además, esa sensación le traía recuerdos del verano anterior, de algún momento feliz en la playa: su padre riendo atragantado mientras salía del agua después de haberse lanzado para golpear la pelota, su hermana eternamente pequeña abrazándole para que le diera un beso y la cogiera en la parte que cubría, su hermana mayor leyendo bajo la sombrilla, sus dos hermanos nadando a su lado mar adentro, su sobrina rebozada en arena, su hija chorreando de agua tumbada sobre su pecho...
   Ese año la sonrisa apareció, pero se tornó en llanto, un llanto íntimo y profundo, porque ese mar en el que se había criado, ese mar que le había dado tantos momentos felices, sencillos, bellos, le había arrebatado a la persona que más había amado en su vida. El verano anterior se había metido a nadar y no había vuelto, ni siquiera su cuerpo; solo le quedaba la huella de un recuerdo silencioso, y una pena amarga y secreta.
   En ese momento entró su hija con la sombrilla al hombro. Rápidamente se giró, para que no le viera la cara.
   ‒¿Qué haces, papá? Te estamos esperando. Mamá ya se ha bajado a la calle.

(Tertulia filandona, 29 de julio de 2024; asunto: Arena y Playa)

lunes, 15 de julio de 2024

Agujero


Me produjo un escalofrío al verlo: sobre mi blanca y pulcra mesa de oficina, ese sobre negro con un sello de cera grisáceo que representaba un ojo resultaba cuanto menos inquietante. Había llegado el primero al trabajo, como siempre, así que me senté con una sensación de frío en el cuello y con mucho cuidado lo abrí, como si se tratara de una carta bomba. Solo había una tarjeta negra con letras blancas que reproducían el siguiente mensaje:
2-4-3-3-5-4   6-1-10-10-5-15-1-1-3   CXCVI   CXCVII
Si aciertas, quizá te libres del castigo, pero me tendrás que descubrir (no te equivoques).
  Todos mis compañeros conocían mi afición a los enigmas; y ninguno de ellos me tenía en buena estima. Las comidas de empresa, las reuniones y demás eventos de grupo siempre servían para que se agrandara mi leyenda: el gran cabrón despiadado dispuesto a cualquier cosa para conseguir sus objetivos.
  En seguida lo descubrí, y su sencillez me ofendió. Las consonantes del alfabeto con su ordinal correspondiente, las vocales también con su ordinal correspondiente en cursiva y dos números en romanos: Código Hammurabi, 196, 197. Busqué en el móvil. Las leyes eran sencillas. 196: Si un hombre deja tuerto a otro, lo dejarán tuerto. 197: Si le rompe un hueso a otro, que le rompan un hueso.
  Ahora todo consistía en averiguar a quién le había provocado un daño tal como para dejarme ese aviso, y los sospechosos eran muchos. Además, que hubiera dos leyes y tan parecidas me descolocaba. Había hecho muchas cosas, pero a nadie le había dejado tuerto ni le había roto ningún hueso, que yo supiera. ¿A qué se podía referir?
  En ese momento se abrió la puerta del ascensor y entraron los dos secretarios del director y Janet, la linda e ingenua becaria de Marketing. No podía ser ella, era tan cobarde y tonta como bella, suave, tierna..., deliciosa.
  Sin dejar de contemplarla, aparté el recuerdo de mi cabeza y accioné la palanca de la silla para regular la altura, como siempre, antes de encender el ordenador. Vi cómo sonreía y en ese momento se activó un resorte: un muelle saltó y algo rompió la tela en el centro del asiento y me desgarró.
  Me había equivocado: ni cobarde ni tonta. Pero ella no me había engañado. Ni ojo ni hueso; peor, mucho peor: ojo por ojo, hueso por hueso y... Con un dolor indescriptible tuve que reconocerlo: me lo merecía.

(Tertulia filandona, 15 de julio de 2024; asunto: El código Hammurabi)

lunes, 17 de junio de 2024

[Yo me voy]


Me pensé mucho qué escribir y a quién, si hacer una carta para todos en general o una para cada una de esas personas que eran importantes en mi vida.
   No sabía si centrarme en lo que me hacía feliz y me ataba a esa vida, o todo lo contrario, si optar por un lamento suave de lo que me invitaba a irme, a salir rápidamente de esa rutina. No quería ser desagradecido, ni cruel, ni injusto, y no encontraba la manera de expresar lo que pensaba y sentía, lo que me había llevado a tomar aquella decisión.
   Hice varios intentos: a todos y a cada uno, de agradecimiento y de pesar...; pero nada me pareció adecuado. Fui tirando carta tras carta a la basura.
   Además, tanto pensarlo me retrasaba en mi determinación.
   Así que escribí en un folio «Que ustedes lo disfruten, que yo me voy», lo metí en un sobre y lo dejé en la mesa del salón. Llené la bañera de agua caliente, me puse los auriculares con «Child in Time», de Deep Purple, y me sumergí en ese cambio de vida necesario, incontestable.

(Tertulia filandona, 17 de junio de 2024; asunto: Yo me voy)

lunes, 3 de junio de 2024

La otra montaña


Esa no era su montaña, la de sus monstruos (y su música), la de sus penas (y sus risas). Esa era otra montaña, la que nunca había querido tener cerca de ella, de la que había huido siempre, sin saberlo; pero la habían llevado allí, para escalarla a cuerpo, sola, sin ninguna ayuda.
   Sus hermanos no habían podido evitarlo: el miedo a ser ellos los elegidos les había impedido prevenirle de su existencia, avisarle del peligro; les había arrebatado su preocupación por ella, la protección que le venían procurando desde que nació.
   Y fue su madre quien la condujo allí.
   El viaje en coche era corto, y no le pareció extraño que a esas horas le pidiera que la acompañara a la casa de la montaña a recoger unos libros de la biblioteca del abuelo ni que su hermano no la mirara cuando se despidió de él; maldita inocencia.
   Poco antes de llegar, la madre dio un frenazo al cruzarse con otro coche.
   ‒¿Es ese el coche de papá?
   ‒No, mamá.
   Fue en ese momento cuando algo empezó a nublarse en su cabeza; algo que no cuadraba.
   ‒No me encuentro bien. ¿Podemos volver a casa y venimos mañana?
   ‒No, cariño, si ya estamos y va a ser muy rápido.
   Dio la vuelta a la casa y aparcó al lado de la puerta trasera, por el almacén, pero ella tuvo tiempo de ver que, ahora sí, el coche de su padre estaba frente a la entrada principal. No se oía nada, ni se veía ninguna luz.
   ‒Vamos.
   ‒No, mamá, vámonos, por favor.
   La madre no escuchó sus palabras pues había salido del coche con mucha prisa, sin esperarla. Ella fue detrás, pero la noche se oscureció. Sintió un frío profundo, allí, en medio de la nada, sin saber qué hacer. Un jirón entre las nubes le dejó ver la puerta abierta. Se dirigió hacia allí, entró, avanzó a tientas, tropezó con algo, sintió sus palpitaciones y se quedó paralizada en medio de la oscuridad.
   ‒¡Mamá!
   El marco de la puerta que daba al salón se iluminó con la cálida luz del fuego de la chimenea al mismo tiempo que se oía un grito femenino, muy suave, casi ahogado. Se dirigió hacia la luz. Y allí estaba su padre, abrochándose la camisa, con una mirada desconocida; y allí estaba esa montaña, la otra montaña, la que ya nunca dejaría de escalar.

(Tertulia filandona, 3 de junio de 2024; asunto: La otra montaña)

lunes, 20 de mayo de 2024

[Cita a ciegas]


No era una cita a ciegas en sentido estricto, porque tenía algunas referencias de su entorno, sobre todo de su padre, y conocía a alguno de sus familiares, pero de él solo sabía que establecer una relación podría ser muy intenso.
   Así que quedé con él, sin pensarlo más veces, sin saber prácticamente nada de cómo era en realidad, de qué me podría ofrecer; pero su fama le precedía y era uno de esos retos que se tienen que asumir alguna vez en la vida, con todos sus riesgos. Aún era muy joven, cierto, pero sentí que era el momento de dejarme llevar, de arriesgarlo todo, aunque pudiera suponer jugarme mi frágil equilibrio psicológico y emocional.
   No fue fácil, no. Dos larguísimas temporadas, intensas y deslumbrantes, y el romance terminó. Eso sí, queda el recuerdo de todos nuestros momentos juntos: de la perplejidad al descubrimiento, de la oscuridad a la revelación, y del amor al odio.
   Y ahora, cuando te contemplo, no sé si volver a aquella insania atractiva y perturbadora. Y entonces leo tu rostro: Las soledades, de Luis de Góngora. Y te abandono en la estantería, pensando en otros.

(Tertulia filandona, 20 de mayo de 2024; asunto: Cita a ciegas)

lunes, 6 de mayo de 2024

Amor imposible


Esto no puede funcionar. Es una historia de amor imposible, condenada al fracaso, a la tragedia. Se trata de un flechazo en toda regla, inesperado, inmediato, incontestable..., del que no nos podemos escapar.
   Todo empieza cuando tu hijo se acerca a mí, interesado, y noto tu presencia y el sentimiento se me arraiga con firmeza, como debe ser. Me lanzas una mirada profunda, con aquella cadencia que solo tienen los tuyos. Pasas a mi lado y yo intento sentirte, rozarte, pero no consigo aproximarme lo suficiente. El amor flota en el ambiente, se expande, lo inunda todo, eriza tu pelo, excita mis yemas.
   Entonces se abre la puerta que está detrás de mí y sale Andréi, señala a tu hijo con la chaira que lleva en la mano y le pregunta al hombre que te acompaña:
   ‒¿Es a él?
   ‒No, es a la madre del cordero ‒contesta esbozando una sonrisa‒. Tenemos muchos invitados.
   Y Andréi te lleva con él, mientras me estiro con todas mis fuerzas, pero mis raíces no me dejan salir de este pequeño tiesto y sé que jamás te volveré a ver.

(Tertulia filandona, 6 de mayo de 2024; asunto: Salirse del tiesto y La madre del cordero)

martes, 30 de abril de 2024

Andreas [2.ª versión de «Sala de espera»]


La sala de espera parecía la entrada al cielo, limpia, luminosa, con sus ventanales relucientes.
   ‒Oye, tú. ¿A qué hora tienes la cita?
   ‒Disculpe, joven, pero yo no soy «tú», doña Andrea Luque. Y estoy citada con el doctor a las 19:30. Qué falta de seriedad.
   ‒Bueno, perdone, y no se me enfade. Andrea Marino Núñez, para servirla a usted. Y ya le digo yo que no puede ser, que yo también tengo a esa hora.
   ‒No me diga, pues ahora mismo hablamos con el enfermero. Qué falta de seriedad.
   ‒¿Y usted, caballero?
   ‒¿Yo, qué?
   ‒Que a qué hora tiene consulta con el doctor.
   ‒No recuerdo bien, ¿cómo?, ¿qué doctor?
   ‒Señor, que está usted en la sala de espera del doctor Márquez Villa. ¿Se encuentra bien?
   ‒Sí, sí, es que a veces tengo como ausencias... ¿Qué...?
   ‒¿Y tú, niña? ¿Cómo te llamas y qué haces aquí sola?
   ‒Yo soy Andreíta. A mí me ha traído mi madre y se ha salido a fumar. Me ha dicho que ahora mismo me llamaban, a las 7 y media, pero que ella no tardaba nada.
   ‒No puede ser, tres pacientes a la misma hora. Qué falta de seriedad.
   ‒Yo creo que van a ser cuatro. Y por eso le he preguntado, porque con las horas que son, no me cuadraba a mí que hubiera tanta gente.
   ‒¿Y si mi madre no viene?
   ‒¿Qué estaba haciendo yo...? ¿Cómo? Ah, sí. Perdone, y el doctor de qué es especialista. ¿Qué...?
   ‒Es doctor en...
   El enfermero entró con una bata tan blanca como el resto de la sala y esgrimió una sonrisa de anuncio de dentífrico:
   ‒Andrea, te veo muy solo. Pasa, que hoy te ha tocado el último y en cuanto termines nos vamos a casa, que llevamos un día muy complicado.
   Andrea fue hacia la puerta, se giró para contemplar la sala vacía y sonrió con un regusto de amargura al darse cuenta de que Andrea Luque, Andreíta y el señor desubicado le resultaban muy familiares, demasiado. Recogió su mochila y se dirigió a la consulta del mayor especialista del país en trastornos disociativos de identidad.

(Tertulia filandona, 26 de febrero de 2024; asunto: León)

martes, 23 de abril de 2024

Leer: descubrir, perder


No recordaba cómo había llegado a mi biblioteca, pero allí estaba, entre Ibn Zaydun y Raúl Zurita. En el lomo no ponía nada y en la cubierta solo se leía Veritas. Todo el libro estaba en blanco, salvo una página con un poema que me descubrió la verdad, la verdad de todo, de las grandes preguntas, una verdad que podía comprender, pero que era imposible comunicar.
   Cerré el libro, intentando racionalizar esa revelación, lo volví a abrir y el texto había desaparecido.
   Desde entonces abro todos los días el libro, pero sus páginas permanecen en blanco, y la verdad, oculta.

(Tertulia filandona, 23 de abril de 2024; asunto: Libro; extensión: 100 palabras)

lunes, 25 de marzo de 2024

Por amor al arte [versión en 100 palabras]


Hasta que la quisieran como se quiere a una madre había decidido seguir el ejemplo de su referente artístico, aunque eso no les dejara tiempo suficiente para demostrar su amor.
Pero aquel cuadro que había descubierto años atrás y el reto en que se había convertido tener que reproducirlo hasta captar su esencia...
Lo había hecho varias veces, y el resultado siempre era insatisfactorio, porque el papel lo desarrollaban sustitutos. Desde que trabajaba con sus hijos el proceso se había ralentizado, pero se perfilaba hacia esa unión mística goyesca: la cámara fotográfica como medio, ella como Saturno, y sus hijos...

(Tertulia filandona, 25 de marzo de 2024; asunto: Muerte)

Por amor al arte [versión extensa]


Nunca podría averiguar si llegarían a quererla como se quiere a una madre, porque había decidido seguir el ejemplo de su mayor referente artístico y eso suponía una paradoja de difícil solución, además de que no les dejaba tiempo suficiente para demostrar su amor.
   Pero la obra de «su pintor», aquel cuadro que le había descubierto en una excursión años atrás su profesor de Arte, esa imagen que no dejaba de aparecer insistentemente en su pensamiento, este reto en que se había convertido tener que reproducirla una y otra vez hasta captar su esencia, su perfección artística...
   Lo había hecho varias veces y en alguna ocasión el resultado parecía satisfactorio, pero era insuficiente, carente de alma, porque el papel lo habían desarrollado sustitutos. Desde que trabajaba con sus hijos el proceso, naturalmente, se había ralentizado, pero todo se iba perfilando hacia la perfección que buscaba en esa unión casi mística goyesca: la cámara fotográfica como medio, ella como Saturno, y sus hijos...

(Tertulia filandona, 25 de marzo de 2024; asunto: Muerte)

lunes, 11 de marzo de 2024

Encerrado [1.ª versión]


estoy encerrado
casi no me puedo mover
todo está oscuro     solo un tenue hilo de luz
no sé por qué ni cómo he llegado a esta situación     aquí
como si estuviera en lo más profundo de un túnel     perdido
me duele todo     estoy agotado
frío y dolor     mucho dolor
siento como si fuera a morir
las piernas se me han dormido
los brazos me hormiguean
mi cuerpo se retuerce
de repente me inunda una oleada de calor     mucho calor
dolor     más dolor
tengo miedo
voces alrededor     lejanas     al otro lado
movimientos     risas
huele mal     a cigarrillo y alcohol     a pis y vómito
la cabeza me va a estallar
tengo que hacer un esfuerzo
no recuerdo     creo que me he quedado dormido
fuerza     más fuerza
dolor     más dolor
tensión en todo el cuerpo     más tensión     toda la tensión
siento como si fuera a morir     tengo miedo
fuerza y dolor
más fuerza y más dolor
mis ojos se hinchan y las venas de la cara y la cabeza
mi cuerpo se levanta solo
VOY A MORIR
de repente     un estruendo
regresa el hálito de la vida     desaparece el miedo
descanso     liberación     alivio
palabras sueltas     risas
llaman a la puerta     ¿la libertad?
   ‒Pero ¿vas a salir de ahí?, que llevas una hora y ya sabe medio bar lo que estás haciendo.

(Tertulia filandona, 11 de marzo de 2024; asunto: En un túnel profundo)