martes, 2 de junio de 2020

No quiero volver a lo de siempre, o de los zetas contra los zotes. Una historia de la humanidad futura (4)


Robert Smith, virólogo
No, no puede ser, no. Mi madre no, y hoy, y en mi casa, con Virginia y las niñas. Le puedo hacer una punción rápida sin que se dé cuenta, y me invento cualquier excusa: llevaba un tenedor en la mano y me he tropezado, o algo parecido. Así puedo comprobarlo al microscopio. Pero para qué, si no puede estar más claro.
   —Kathy, cariño, ¿tú sabes por qué tu hermana no es negra y con rastas?
   —¿Por qué dices eso? ¿Cómo va a ser negra y con rastas? Es Marley, tu nieta. ¿Qué te pasa, abuela?
   Virginia me ha mirado extrañada. Todavía no le he contado nada del Olel21, pero las pocas noticias que han llegado de Brasil y mis evasivas la tienen preocupada. Además se ha dado cuenta de mi expresión, imagino que de pánico. No, mi madre no, y hoy, en mi casa y con toda la familia.
   Tengo que traerla al despacho para hablar con ella. Si puedo, porque si es como se espera, si es como se ha visto ya en Porto Alegre, no podrá razonar: asociaciones literales, incapacidad de pensamiento reflexivo y crítico, ausencia de empatía. Y las conductas agresivas aparecen en las fases iniciales.
   Y ese estruendo...
   Casi arranco la puerta del despacho, sorteo el albornoz de Marley en medio del pasillo y oigo los gritos. La escena no parece real, no forma parte de mi vida: Kathy en un rincón del salón, grita con los ojos llenos de lágrimas, y Marley sentada a la mesa, con cara de bobalicona, la baba chorreando por su boca, mira a su madre en el suelo y a su abuela encima de ella. Virginia tiene los ojos cerrados y de su cabeza sale un pequeño hilo de sangre. Mi madre le da la espalda y contempla sus piernas, las coge y las deja caer. De repente me mira:
   —No tiene cabeza. Eso era lo que siempre decía tu padre, que no tenía cabeza.
   Virginia abre los ojos, parece conmocionada. Se levanta y hace caer de bruces a mi madre. Me lanzo hacia ellas y entre los dos conseguimos inmovilizarla en el sofá. Se revuelve, pero no dice nada, ni siquiera está extrañada. Kathy me da el cordón de las cortinas y la ato sin ninguna resistencia por su parte. Miro a las tres, me voy a por una jeringuilla y le saco sangre a Marley.
   —¿Qué haces?
   —Espera, Virginia. Es muy importante, más que cualquier otra cosa ahora. Espera.
   Pongo una gota de sangre en el portaobjetos, lo encajo en la platina y me asomo al ocular, con miedo. Ahí está. Mi pequeña también está infectada.
   Como un autómata, recojo una cuerda de la cocina y vuelvo al salón. Kathy está curando la herida de la cabeza de su madre. Las dos miran con preocupación a Marley, que no se ha movido.
   —Os tengo que contar lo que pasa.
   En menos de dos minutos les explico todo lo que sé. Me levanto y ato a Marley a la silla. Agarro el cuchillo de trinchar, abrazo a mi madre y le secciono la columna vertebral entre la C1 y la C2. Le doy un beso en la frente y la dejo reposar en el sofá. Siento frío.
   Virginia y Kathy están perplejas. Me miran con una mezcla de tristeza y pavor. Me acerco a Marley.
   La vida siempre ha estado sobrevalorada. Pero es mi hija. ¿Y si pudiera curarse, y si conseguimos una vacuna? Prácticamente imposible. Lo sé, mentimos y no debemos mentirnos. La vida siempre ha estado sobrevalorada, pero...
Pretoria, Sudáfrica, 31 de diciembre de 2019

lunes, 1 de junio de 2020

No quiero volver a lo de siempre, o de los zetas contra los zotes. Una historia de la humanidad futura (3)


Silvia Fiore, taxista
No sé si coger hoy el taxi, porque ayer fueron dos pasajeros y un zote: no me sale rentable ni me resulta sano. Empezó con los temblores en la boca y a babear enseguida y luego llegó la bomba:
   —¿Si usted necesita un taxi se llama a sí misma o llama al número de la centralita?
   Frené en seco, salí del taxi y empecé a gritarle para que bajara y se fuera. Al menos tuve la suerte de que se quedó tan sorprendido que se bajó del taxi. Subí a todo correr y arranqué sin cerrar la puerta por la que había salido.
   ¿Salgo o no salgo?, porque si el rumor es cierto, seguro que no me contagio. Siempre he sido inteligente, me lo decían mis profesores, y que el único problema era que no me interesaba estudiar. Si fuera así, solo quedaría el problema de que me pudieran matar, pero con la mampara y mi estado físico... Y para vivir puedo tirar de la herencia de la tía Giovanna...
   ¿Qué hago?
Parma, Italia, 14 de mayo de 2020