No era una cita a ciegas en sentido estricto, porque tenía algunas referencias de su entorno, sobre todo de su padre, y conocía a alguno de sus familiares, pero de él solo sabía que establecer una relación podría ser muy intenso.
Así que quedé con él, sin pensarlo más veces, sin saber prácticamente nada de cómo era en realidad, de qué me podría ofrecer; pero su fama le precedía y era uno de esos retos que se tienen que asumir alguna vez en la vida, con todos sus riesgos. Aún era muy joven, cierto, pero sentí que era el momento de dejarme llevar, de arriesgarlo todo, aunque pudiera suponer jugarme mi frágil equilibrio psicológico y emocional.
No fue fácil, no. Dos larguísimas temporadas, intensas y deslumbrantes, y el romance terminó. Eso sí, queda el recuerdo de todos nuestros momentos juntos: de la perplejidad al descubrimiento, de la oscuridad a la revelación, y del amor al odio.
Y ahora, cuando te contemplo, no sé si volver a aquella insania atractiva y perturbadora. Y entonces leo tu rostro: Las soledades, de Luis de Góngora. Y te abandono en la estantería, pensando en otros.
(Tertulia filandona, 20 de mayo de 2024; asunto: Cita a ciegas)
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