Nota 2
Música en el autobús urbano
Música en el autobús urbano
Regreso de una sesión de mi club de lectura en la Biblioteca Municipal Miguel de Unamuno. Noche cerrada y fría. El autobús se retrasa más de lo habitual. Una ráfaga de aire muy fuerte, siento las piernas ateridas, pero por fin llega.
Los hados son propicios: la calefacción funciona. Me acomodo en un asiento y, en cuanto abro la nueva lectura del club, empieza a sonar una música a un volumen suficiente como para que llegue con claridad desde el final del autobús hasta el conductor. Reguetón. Giro la cabeza y una chica de veintipocos años muy guapa, imposible no fijarse en ella: cabello rubio canario hipertenso, labios rojo pasión sangrienta, uñas postizas tornasoladas con purpurina, y conjunto de top y minifalda fucsia sin apelativos. Intento concentrarme en la lectura («En los remotos e inexplorados confines del arcaico extremo occidental...»), me cuesta («En los remotos e inexplorados confines del arcaico extremo occidental...»), me cuesta mucho («En los remotos e inexplorados confines del arcaico extremo occidental...»), pero lo consigo («de la espiral de la Galaxia, brilla un pequeño y despreciable sol amarillento»). Y entonces se pone a cantar:
El libro se me cae al suelo, y el lápiz de subrayar y la carpeta; y el alma. Lo recojo todo, o casi todo. Un hombre con un marcado acento colombiano y una actitud temeraria le increpa:
—¿Hija mía, no podrías bajar un poquito el volumen de eso?
—No, pues ni que le haiga molestao.
—Un poquito sí me molesta, sobre todo por las barbaridades que dice.
—No, pos si solo habla de [varias palabras ininteligibles] y bailar y hacer el amor. [Más palabras ininteligibles] hubieran personas más educás con los demás y más con los de aquí.
Así que bajo del autobús y me dirijo a casa silbando «Viaje con nosotros».
OR
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