miércoles, 29 de enero de 2020

Notas sueltas... - Nota 1


Nota 1
Atención al viajero en la estación de ferrocarriles
Soy pasajero de tren: me deja descansar o aprovechar el tiempo (no puedes leer ni corregir mientras conduces), además de que me libera del coche, que no constituye precisamente una de mis aficiones.
   Hace unos días fui a la estación a hacerme una tarjeta para agilizar la compra del billete de tren y el acceso a los andenes. Me dirigí al servicio de Atención al viajero, donde un señor, muy correcto y amable, pero sin afectación, me explicó el funcionamiento de la tarjeta y me tendió una ficha que debía cumplimentar. Eran pocos datos, los básicos, y no había nadie más detrás de mí, de modo que me quedé sentado ante la mesa en la que me había atendido y empecé a rellenar el impreso. No había llegado a mi segundo apellido cuando detrás de este caballero apareció una especie de mujer cetrina y abotijada que le dijo, con un volumen considerablemente alto y una voz estridente, mientras me señalaba con la barbilla:
   —No puede estar ahí. Esa silla tiene que estar libre para el siguiente que venga.
   Miré detrás de mí: nadie. La sala que se abría más allá de la puerta por la que acababa de entrar: desértica. El resto de la estación, como diría el poeta, «yermo, baldío y pobre» de pasajeros.
   —No se preocupe, que ya me tiro al suelo para no molestarla —y al decirle esto y darme la vuelta para marcharme observé de manera fugaz, pero muy clara, su mirada.
   Me metí en una cafetería de la estación para ahogar mi impulso en un cortado y, una vez terminada la ficha, volví para entregarla, con una idea que no dejaba de martillearme: a qué me recordaba esa mirada. No podía sacármela de la cabeza, y a escasos metros de esa silla desocupada y esa mesa caí en la cuenta, la vi, la reconocí como trasunto de mi mirada ante el espejo resentida y frustrada la mañana después de una noche infame en el ayuntamiento carnal. Idéntica, exacta.
OR

1 comentario:

  1. Un retrato perfecto de lo absurdo que a veces resulta vivir bajo normas cuya única función parece ser la obediencia ciega para que el fumcionario pueda mostrar el poder de la casta al ingenuo viajero.

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