‒Oye, tú. ¿A qué hora tienes la cita?
‒Disculpe, joven, pero yo no soy «tú», doña María Luque. Y estoy citada con el doctor a las 19:30.
‒Bueno, perdone, y no se me enfade. León-Tolstoi Hernández (es que mi padre era un cachondo), para servirla a usted. Y ya le digo yo que no puede ser, que yo también tengo a esa hora.
‒No me diga, pues ahora mismo hablamos con el enfermero.
‒¿Y usted, caballero?
‒¿Yo, qué?
‒Que a qué hora tiene consulta con el doctor.
‒No recuerdo bien, ¿cómo?, ¿qué doctor?
‒Señor, que está usted en la sala de espera del doctor Márquez Villa. ¿Se encuentra bien?
‒Sí, sí, es que a veces tengo como ausencias...
‒¿Y tú, niña? ¿Qué haces aquí sola?
‒A mí me ha traído mi madre y se ha salido a fumar. Me ha dicho que ahora mismo me llamaban, a las 7 y media, pero que ella no tardaba nada.
‒No puede ser, tres pacientes a la misma hora. Qué falta de seriedad.
‒Yo creo que van a ser cuatro. Y por eso le he preguntado, porque con las horas que son, no me cuadraba a mí que hubiera tanta gente.
‒¿Y si mi madre no viene?
‒¿Qué estaba haciendo yo...? ¿Cómo? Ah, sí. Perdone, y el doctor de qué es especialista.
‒Es doctor en...
Entra el enfermero:
‒León, qué solo te veo. Pasa, que hoy te ha tocado el último y en cuanto termines nos vamos a casa, que llevamos un día muy complicado.
(Tertulia filandona, 26 de febrero de 2024; asunto: León)
No hay comentarios:
Publicar un comentario