lunes, 21 de octubre de 2013

Salmo XVII, Francisco de Quevedo

El lugar y el espacio en los que nos encontramos me traen a la memoria un poema, bastante conocido, pero que nunca me cansa revisitar.

                    Salmo XVII
     Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
     Salime al campo, vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
     Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte;
     vencida de la edad sentí mi espada.
Y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.


Francisco de Quevedo
(Parnaso,
en Poesía original completa, ed. J. M. Blecua, Barcelona, Planeta, 1990)

Quizá vivamos una situación extraña o que al menos nos lo parece, pero que resulta ser natural a nuestra condición.

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