(Teo Whole)
‒Del culo, me las cuelgas del culo. Todas las pegatinas que has hecho con tus chorradas, y que quieres que me ponga en el portátil, el maletín y la puerta del despacho. Todas, todas, me las cuelgas del culo. Con tus disfraces y tus caras chorra, con tus amigas de fiesta y tus compañeros de trabajo borrachos. Todas, me las vas poniendo con un cordelito colgadas del culo.
Adam estaba demasiado enfadado y se iba dando cuenta de que esa no era la manera de tratar a su pareja, de que él no era así. Tan solo era un regalo, quizá fallido y de mal gusto, pero no como para ponerse de esa manera.
‒¿Pero por qué me tratas así?
‒No lo sé. Llevo un día terrible y...
‒Calla, que no te digo a ti.
‒¿Cómo...?
‒Eh, autor omnisciente o lo que quieras ser, contesta... Venga, va, que te estoy esperando.
¿Me estás hablando a mí?
‒Sí, y quiero una explicación, pero ya. ¿Por qué haces que mi pareja me hable así?
Porque me han puesto este tema para escribir y no sé qué hacer. No se me ha ocurrido otra manera de empezar. ¿Qué hago comunicándome con un personaje?
‒No sé, igual te estás volviendo loco. Pero no me cambies de tema. Entonces, como no sabes qué hacer se la tiene que cargar el personaje.
Estaba enfadado. Y no puedo hablarles mal a mis compañeros de tertulia...
‒Pero a mí, sí. Y ahora, con este arranque a ver qué haces, en qué me vas a convertir, cómo sigues. ¿Qué has conseguido con este maltrato gratuito?
‒Eva, ¿con quién hablas?
‒Con nuestro autor, Adam.
‒¿Autor? Nosotros no tenemos autor, somos personas.
‒Qué pena me das, cariño.
Esto no me está gustando. No puedo hablar con mis personajes. Sois mi invención.
‒Asúmelo, Teo.
¿Cómo sabes mi nombre?
‒Lo has escrito al principio del texto, debajo del título: «De pegatinas en el culo», Teo Whole.
Esto no puede estar pasando.
‒Pues tú verás, yo no soy quien lo escribe.
Es cierto. Y lo puedo solucionar rápidamente. Adam se dirigió al escritorio y sacó un revólver del cajón.
‒¡No! ¡Para! Serás hijo de puta. Adam, tira el arma.
‒Creo que no puedo.
‒¡Teo, por favor!
Entiéndelo, tengo que terminar con esto. No tiene sentido, solo sois personajes de ficción. Adam levantó el arma y apuntó a Eva. En su mente se sucedieron, vertiginosas, imágenes de toda su vida.
‒Mira que eres mediocre como escritor. ¡Y para ya, por favor!
El disparo resonó en el salón.
‒Oye, que soy Adam. Que no está, que se ha ido. Ha abierto la puerta y se ha ido. Solo me he cargado la tele.
¿Cómo? No puede ser. ¿Por su cuenta, sin más? ¿Sin contar conmigo?
‒Hostias, ahora te oigo. Qué curioso. Sí, se ha marchado. ¿Me podrías explicar todo esto?
Puf, qué pereza. Adam giró el arma hacia su cabeza...
‒Cabrón, no...
Y volvió a disparar.
‒Joder, ahora la lámpara. Que te den, me voy a buscar a Eva.
No vuelvo a escribir ficción en mi puta vida.
(Tertulia filandona, 1 de diciembre de 2025; asunto: Cuélgame tus pegatinas)