ELLA. ‒¿Conoces la expresión «olerse la tostada»?
ÉL. ‒Sí, la descubrí hace unos días porque la propusieron como asunto de escritura en una tertulia a la que voy.
ELLA. ‒Pues yo la utilizo para otra cosa, que me encanta.
ÉL. ‒¿Para qué?
ELLA. ‒Un pequeño placer algo extraño y que está un poco feo, pero muy sencillo. Y es que después de eso, pues me huelo eso.
ÉL. ‒Uy, qué fácil me lo has puesto.
ELLA. ‒A ver. Después de... eso. Me huelo... eso.
ÉL. ‒¿Perdona...? ¿Que después de echar un polvo te hueles el coño?
ELLA. ‒Ala, qué bruto.
ÉL. ‒Sí, claro, lo que tú digas. ¿Pero es eso?
ELLA. ‒Es después de un orgasmo. Ya sé que suena raro, pero...
ÉL. ‒Raro, no, suena muy marrano, además de difícil. ¿Cómo puedes olerte, es que eres contorsionista? ¿Y por qué lo llamas así?
ELLA. ‒Qué va. Es que como me huele a pan tostado con mantequilla... pues la tostada es el dedo, porque me lo meto en la tostadora, que sigue calentita y húmeda. Y me lo huelo. Me pone muchísimo, y vuelvo a tener unas ganas que no te lo puedes imaginar. Pero siempre lo hago sin que se dé cuenta mi pareja.
ÉL. ‒Alucinante. ¿Y lo has hecho ahora?
ELLA. ‒Bueno... Esta vez me estoy oliendo en otro tipo de tostada, más grande. Um. ¿Echamos otro?
ÉL. ‒Mejor, porque estás con la boca tan cerca que miedo me da que pases de olerme la tostada a mordérm...
ELLA. ‒Callafg, onto.
(Tertulia filandona, 17 de marzo de 2025; asunto: Olerse la tostada)