Y aquí estoy, encerrada en esta mente que no se deja controlar, en un estado extraño, quizá irracional.
Asisto al trasiego de personas de mi familia que me tratan con cariño, casi siempre, pero a las que no entiendo. Y siento un vaivén de sensaciones que me invaden, de sentimientos que me desbordan. Y la claridad de mi interior desaparece al intentar comunicarme, porque fuera está oscuro.
Y solo me queda el recuerdo, postrada en esta cama, sin la presencia del tiempo.
Y viene la vergüenza en los ojos de mis padres cuando nazco, la vergüenza y el temor. ¿Síndrome de Down: qué hacemos con esto?
Y aparece la extrañeza en el rostro de mis hermanos, el desconcierto. ¿Por qué es tan rara, qué le pasa?
Pero en seguida brilla el amor: besos, caricias, risas, muchas risas, días de playa infinitos... Y oigo los pasos de mi hermano, tus pasos. Y entiendo. Y siento cómo te sientes, y hablo contigo, solo a través de la piel. Y me pones «Another Day in Paradise», me sientas en tu regazo y los dos cantamos con Phil Collins en nuestro inglés chapurreado. ¡Cómo puedes ser tan bonita!
Y entonces surge el abandono. Y desapareces. Y me quedo sola. Sin música, sin risas, sin caricias. ¿Y quién se atreve a mirar atrás?
Y pasa el tiempo. Y entonces llega la muerte. Esa muerte que me está llamando ya, porque yo no sé, pero siento. Y siento que está aquí.
Y se desvanece el recuerdo, pero me queda la piel, la caricia que quizá nos volvemos a dar.
Y me voy con las olas, la arena, las canciones, nuestras risas y todos esos besos.
Post Data: Te espero aquí, donde te tengo que contar tantas cosas.
(Tertulia filandona, 17 de febrero de 2025; asunto: Vaivén)