Me siento en mi penumbra, desde el rincón del alféizar de la ventana contemplo la vida correteando allí abajo, las historias que cada personaje arrastra bajo su piel, e imagino muchas vidas, las recreo, me las escribo en la mente, las visualizo y las hago crecer. Ficciones: de una abuela que le cuenta a su nieta recuerdos de su infancia, mientras que la niña está mirando tiktoks en el móvil; de un señor que se enamora de la cajera del supermercado y se está arruinando porque va a comprar tres o cuatro veces al día; de una chica que secuestra gatos y los encierra en su dormitorio; de un adolescente que colecciona latas de refrescos y sueña con abrir un museo... Vivo en ellas. Pero vuelvo a mi habitación, la radio me habla de realidades, de asesinatos, de presidentes de países poderosos, de falsos cambios en la política...; la apago. Me siento a escribir otro informe de producción y entierro mi imaginación bajo una montaña de datos estúpidos que nadie leerá jamás. ¿Y todo esto para qué? ¡Qué hastío y qué asco! Voy a volver a la ventana y creo que ya no regresaré.
Adiós.
En Madrid, a 1 de junio de 2018, quede como mi carta de no retorno
(Tertulia filandona, 20 de enero de 2025; asunto: Retorno)