martes, 30 de abril de 2024

Andreas [2.ª versión de «Sala de espera»]


La sala de espera parecía la entrada al cielo, limpia, luminosa, con sus ventanales relucientes.
   ‒Oye, tú. ¿A qué hora tienes la cita?
   ‒Disculpe, joven, pero yo no soy «tú», doña Andrea Luque. Y estoy citada con el doctor a las 19:30. Qué falta de seriedad.
   ‒Bueno, perdone, y no se me enfade. Andrea Marino Núñez, para servirla a usted. Y ya le digo yo que no puede ser, que yo también tengo a esa hora.
   ‒No me diga, pues ahora mismo hablamos con el enfermero. Qué falta de seriedad.
   ‒¿Y usted, caballero?
   ‒¿Yo, qué?
   ‒Que a qué hora tiene consulta con el doctor.
   ‒No recuerdo bien, ¿cómo?, ¿qué doctor?
   ‒Señor, que está usted en la sala de espera del doctor Márquez Villa. ¿Se encuentra bien?
   ‒Sí, sí, es que a veces tengo como ausencias... ¿Qué...?
   ‒¿Y tú, niña? ¿Cómo te llamas y qué haces aquí sola?
   ‒Yo soy Andreíta. A mí me ha traído mi madre y se ha salido a fumar. Me ha dicho que ahora mismo me llamaban, a las 7 y media, pero que ella no tardaba nada.
   ‒No puede ser, tres pacientes a la misma hora. Qué falta de seriedad.
   ‒Yo creo que van a ser cuatro. Y por eso le he preguntado, porque con las horas que son, no me cuadraba a mí que hubiera tanta gente.
   ‒¿Y si mi madre no viene?
   ‒¿Qué estaba haciendo yo...? ¿Cómo? Ah, sí. Perdone, y el doctor de qué es especialista. ¿Qué...?
   ‒Es doctor en...
   El enfermero entró con una bata tan blanca como el resto de la sala y esgrimió una sonrisa de anuncio de dentífrico:
   ‒Andrea, te veo muy solo. Pasa, que hoy te ha tocado el último y en cuanto termines nos vamos a casa, que llevamos un día muy complicado.
   Andrea fue hacia la puerta, se giró para contemplar la sala vacía y sonrió con un regusto de amargura al darse cuenta de que Andrea Luque, Andreíta y el señor desubicado le resultaban muy familiares, demasiado. Recogió su mochila y se dirigió a la consulta del mayor especialista del país en trastornos disociativos de identidad.

(Tertulia filandona, 26 de febrero de 2024; asunto: León)

martes, 23 de abril de 2024

Leer: descubrir, perder


No recordaba cómo había llegado a mi biblioteca, pero allí estaba, entre Ibn Zaydun y Raúl Zurita. En el lomo no ponía nada y en la cubierta solo se leía Veritas. Todo el libro estaba en blanco, salvo una página con un poema que me descubrió la verdad, la verdad de todo, de las grandes preguntas, una verdad que podía comprender, pero que era imposible comunicar.
   Cerré el libro, intentando racionalizar esa revelación, lo volví a abrir y el texto había desaparecido.
   Desde entonces abro todos los días el libro, pero sus páginas permanecen en blanco, y la verdad, oculta.

(Tertulia filandona, 23 de abril de 2024; asunto: Libro; extensión: 100 palabras)